Y de repente llegó el Invierno. De la forma más natural y silenciosa posible. Llegó sin llamar la atención. Pero lo sabes porque al asomarte por la ventana y ver la gente pasar, el vaho lo inunda todo y puedes verte reflejada en el cristal.
No hay nada nuevo ni viejo, al otro lado simplemente todo es extraño, mientras aparece tu rutina. La creas a ciegas, distinta a la que dejaste un día atrás.
A medida que van pasando los días, los rostros que inundan las calles con sus particulares historias, sus idas y venidad, pasan de irreconocibles a familiares entre la multitud.
Yo, que me siento sola rodeada de tanta gente, viajo dentro de mi burbuja, ranquila e impenetrable, pensando que sólo soy una más entre la muchedumbre.
Una de tantas
y tantas diferentes.
Y así mirando el porvenir, los días se acortan y las noches se hacen cada vez más largas y lelga el frío. Ese frió que te invita a no cruzar la puerta. Y con él, el afán de hacer entrar en calor la mente y el espíritu y las calles se llenan de luz y color, música, gritos, bolsas y paquetes.
No cambiaría nunguna de estas costumbres, por muy hipócritas que me parezcan, hoy no. Porque ahora entiendo un poco mejor de que va todo esto. Ahora que los que me acompañan ya no están, ahora que echo de menos lo que un día eché de más, y yo también siento ese frío.
Por eso al bajar y ver vida rebosando de todas partes me sentí aliviada. En ese momento, luces de diferentes colores empezaron a luminarse una a una. Entonces lo vi claro. Yo seguiré la luz allá donde quiera que me lleve y dejaré me acompañen mis recuerdos.
Segundo Premio "Relatos de Navidad" : Irene Álvarez
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